Unos 160 niños amanecen cada día en la cárcel. Se despiertan con el ruido de la megafonía y ni se inmutan ante el sonido de las celdas abriéndose y cerrándose. No aprenden a responsabilizarse de acciones tan básicas como apagar la luz porque la prisión lo hace todo por ellos. Sin cometer ningún delito, cumplen condena junto a sus madres. Son el ‘daño colateral’ del derecho de sus progenitoras a cuidarlos los primeros tres años de vida.